Autora: Julissa Mantilla Falcón*
Tomado del blog de la Fundación para el Debido Proceso
La jueza Ruth Bader Ginsburg de la Suprema Corte de los Estados Unidos suele contar que, cuando le preguntan cuándo cree que habrá suficientes mujeres en la Suprema Corte, ella responde que cuando haya nueve. Ante la sorpresa general por su respuesta, la jueza observaba que nadie ha cuestionado jamás que los nueve jueces de esa Corte siempre hayan sido hombres.
He recordado la anécdota a propósito de las próximas elecciones de los nuevos jueces de la Corte Interamericana, a desarrollarse a mediados de junio en el marco de la Asamblea General de la OEA. Como se sabe, entre los siete jueces actuales no hay ninguna mujer. Adicionalmente, se debe recordar que en sus 36 años de creación, la Corte Interamericana solo ha tenido 4 mujeres como juezas.
Ahora bien, es cierto que la Corte no impone a sus jueces sino que su selección es producto de las candidaturas ofrecidas por los Estados y las negociaciones posteriores. Y con Estados que han sido condenados por esa misma Corte debido a casos de discriminación contra las mujeres, es preocupante que en el período de postulaciones no se haya hecho un esfuerzo por demostrar que se vienen tomando medidas correctivas frente a las situaciones de exclusión y desigualdad.
Además, se está contraviniendo lo establecido en el artículo 8 de la CEDAW que señala que los Estados deben tomar las medidas apropiadas para garantizar a las mujeres la oportunidad de representar a su gobierno en el plano internacional y de participar en la labor de las organizaciones internacionales.
El resultado de esta exclusión es grave tanto para la Corte Interamericana como para la situación general de los derechos humanos en la región.Y hay varios argumentos para sustentar esto.
En primer lugar, que las mujeres no formen parte de los entes que administran justicia en la misma proporción que los hombres atenta contra la legitimidad de nuestras democracias, en las cuales el principio de no discriminación y la participación en igualdad debe ser fundamental.
En segundo lugar, la participación de más mujeres en la administración de justicia contribuirá a erradicar los estereotipos de género que son la base de la cultura de discriminación que rige en nuestros países y que la propia Corte Interamericana ha resaltado en sus sentencias.
En tercer lugar, en un contexto político difícil para el Sistema Interamericano, mantener una Corte que no incluya a las mujeres es el punto de partida para el desarrollo de una estrategia de deslegitimación a futuro tanto del tribunal como de sus sentencias.
El que solo haya una mujer –brillante, por cierto- entre las cinco candidaturas que han presentado los Estados para acceder a la Corte es preocupante.
Porque si la Corte Interamericana sigue siendo una entidad con jueces hombres exclusivamente, se afectará no solo los derechos de las mujeres de la región sino que, a la larga, se contribuirá a debilitar al Sistema Interamericano de Derechos Humanos. No es, por tanto, pedir demasiado cuando –recordando a la jueza Ginsburg- se exige que en la Corte Interamericana al menos una de sus integrantes sea una mujer.
*Julissa Mantilla Falcón es abogada y docente de la Pontificia Universidad Católica del Perú.