A Hugo O. Cañón (in memorian) Por el Dr. Alejandro Cantaro

hubo cañonA Hugo O. Cañón (in memorian)

Por el Dr. Alejandro Cantaro

  Se me ha ocurrido hacer a Hugo Cañón un homenaje, que es posible sea el peor, ya que intuyo será autorreferencial y con un tono que Hugo no querría ni aprobaría, pero es que sólo quisiera referirme a lo que conocí de él y, claro, esto me involucra en el homenaje y porque –además– poco puede decirse ya, luego de que desde Madres y Abuelas hasta las más relevantes figuras de la vida político/institucional y jurídica, hayan ya resaltado todos los aspectos más salientes de su personalidad trascendente.
Es que tuve, por un lado, el privilegio de ser convocado por él y trabajar con Hugo cuando se comenzaba a preparar la acusación contra los terroristas genocidas a fines del ‘86. Fueron unos pocos meses pero me sirvieron para conocer su temple y su coraje. Me permitiré recordar, como uno de los tantos homenajes merecidos que le harán, que en febrero de 1987 no cumplió con las Instrucciones que el Procurador General de la Nación, Juan Octavio Gauna, había impartido con la Resolución 2/87 para que los Fiscales Generales Federales no se opusieran a la aplicación de la Ley de Punto Final. Es cierto que luego solicitó la inconstitucionalidad de esa Ley y de la de Obediencia Debida, pero en ese momento ya su infatigable lucha había dado algunos resultados y para muchos era ya obvio el vicio constitucional y convencional de esas Leyes. Pero en aquellos días de febrero de 1987, no muchos habrían tenido el coraje de oponerse a unas Instrucciones del Procurador General. A él que le importaba mucho menos el cargo que sus convicciones ético/políticas y jurídicas, iluminadas siempre por la defensa de los DDHH (que no se agotaban en su rol en la reivindicación histórica de las víctimas de esos feroces delitos del Terrorismo de Estado, sino que eran actualizados en cada intervención contra la violencia estatal en lugares de detención).
Y, por otro lado, ahora tengo la dificilísima tarea de ser su sucesor en el cargo; y cuando me presento funcionalmente, la gente me dice: “Ah, como Cañón”.
Hugo Cañón no sólo no tenía claudicaciones –parece obvio y redundante– en sus ideas y sobre todo ideológicas o políticas, y ni que hablar si tenían que ver con la defensa de los DDHH, sino que –además– era asertivo cueste lo que cueste, en ese punto. Nos queríamos, me apoyó en todo siempre. Pero cuando había diferencias, no había amistad que lo hiciera mover un pelo de su posición; y cuando estaba seguro que yo erraba, no había afecto que lo torciese. Su validación ética pesa tanto que nunca me atreví a confrontarlo.
Por fortuna hace pocos días, en la lectura de la causa Armada nos fundimos en un abrazo y restañamos cualquier herida. Hugo, aun conmocionado por esta prematura y sentida pérdida, conservo intacta la imagen de tu rostro de satisfacción por un fallo justo y reparatorio, al igual que tus lágrimas de emoción… y así voy a recordarte siempre.
Alejandro S. Cantaro
Fiscal General ante la
Cámara Federal de Apelaciones de Bahía Blanca

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